


Lo sorprendente de Dubai no es su fastuoso mundo de riqueza, o su imponente crecimiento basado en la especulación inmobiliaria como un estiramiento de la economía, o su parecido ejemplo a la ciudad de San Petersburgo en Rusia donde Alejandro el Grande edificó esa bellísima ciudad extiendo a los comerciantes complices del trafico de pieles y perlas, acarrear los materiales en cientos de miles de kilómetros cómo condición de su comercio, pues el entorno de dicha ciudad sólo contenía pantanos humenos.
Dubai me sorprende por su insospechada idea de hacer posible todo atrevimiento constructivo en la actualidad. Un referente que se parece a Babel por su aspiración de inmensidad, el único la posivilidad de una competencia de gigantes constructores y sus millones invertidos en la edificación de una ciudad dónde el espacio como paisaje no tiene presedente en nuestros referentes visuales.
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